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lunes, 27 de septiembre de 2010

¿QUIÉN TEME AL MOVIMIENTO 27 DE SEPTIEMBRE?


Jtxo Estebaranz colabora con Sare Antifaxista, enviandonos una reflexion, de lo que representa la fecha del 27 de septiembre en la lucha Antifranquista y Antifascista de este nuestro pais.

1975 2010 Gudari Eguna; 35. Urteurrena Irailak 27

Jtxo Estebaranz, (Historiador militante y activista autónomo) * E.H

Los fusilamientos del 27 de Septiembre de 1975 y el ciclo de luchas que se abrió contra estos son la confirmación histórica de que las apuestas represivas gubernamentales (como había ocurrido con la represión desatada en 1969 y que culminó un año después con el llamado “Proceso de Burgos”), pueden volverse contra sus promotores y convertirse en motor de cambio social.

Tras la intensificación de la apuesta armada en 1974 por parte de ETA y FRAP, como integrantes de un ambiente de izquierda revolucionaria que había interpretado el ascenso de la conflictividad obrera de aquellos años en clave insurreccional, serían los militantes de estos grupos armados quienes fueran los principales destinatarios de las políticas represivas más descarnadas para reprimir a aquella izquierda insurreccional. Así serían los militantes de las organizaciones armadas contra quienes se destinaran los Consejos de Guerra, Consejos que coronaron una represión iniciada en 1974 con el Estado de excepción y que se había cebado principalmente sobre los activistas obreros.

En este contexto, el KAS surge en aquel verano como plataforma antirrepresiva reuniendo en una misma instancia a los grupos surgidos de las escisiones de ETA V. Por encima de que el principal grupo promotor, ETA pm, tuviera entre sus objetivos crear su propia Plataforma de grupos políticos de cara a generar un programa de transición política al estilo de otras ya creadas en territorio español, la reunión de estos grupos alrededor del KAS constituía un imperativo toda vez que sus entornos populares estaban creando ya asambleas conjuntas locales para llevar adelante las labores de solidaridad y denuncia de los Consejos de Guerra. Las protestas obreras y populares realizadas durante el verano de 1975 contra las sentencias de muerte contra los militantes Tupa y Otaegi, arreciaron durante aquel septiembre, tras el indulto a Tupa y la fulminante sentencia de muerte contra Txiki y enlazaron con la dinámica reivindicativa obrera de cara a la renovación de los convenios de comienzos del siguiente año.

Tres conceptos emergieron durante aquellas movilizaciones: rechazo de la nueva legalidad democrática, negación del monopolio estatal de la violencia y movilización asamblearia como motor político en el interior de la cual se aúnan las reivindicaciones de corte nacionalista y obrerista.

Así, la cultura asamblearia antirrepresiva que partió de las movilizaciones de aquel verano de 1975 iría creciendo durante los graves sucesos ocurridos durante el año de 1976 y estaría detrás de la aparición de Asambleas permanentes locales y otras expresiones organizativas unitarias que desplazaron el protagonismo político de las vanguardias políticas al interior de las propias movilizaciones.

Desde aquí, las protestas surgidas con la exigencia de extensión de las medidas de amnistía para todos los presos políticos a mediados de 1976 desbordaron las pretensiones de las pretendidas vanguardias armadas o civiles imponiendo, tras las masacres contra la segunda semana pro-amnistía de mayo de 1977, que algunos partidos de la izquierda vasca rechazaran la participación en las elecciones de aquel año. Con ello se consumó el cisma de las fuerzas en el interior del KAS, abocando a una parte de estas a introducirse en la senda de un rechazo que llegaría a convertirse en un movimiento social aunado alrededor de aquellos tres conceptos.

35 años después, el “atado y bien atado” característico del timo de la transacción del franquismo al régimen de democracia parlamentaria, puede aplicarse ahora al momento político que vivimos en los rescoldos del en otros momentos autodenominado “boque rupturista”, puesto que desde comienzos de 2010 y pese a las llamadas la movilización popular, una parte importante de los esfuerzos políticos se encuentran centrados en distraer deliberadamente las oportunidades para que pueda surgir un movimiento con criterio propio desde las capas poblacionales que han hecho suya la consigna independentista.

Así, la operación política actual (que conduce necesariamente al acatamiento del monopolio de la violencia por parte del Estado y la participación plena en la lógica de la democracia representativa en base a una política de alianzas solamente nacionalista), se está realizando desde una metodología especialmente escrupulosa en impedir el surgimiento de dinámicas autónomas de movilización que puedan, a través de los avatares políticos que genere su propio desarrollo, superar en esta ocasión los techos y mecanismos reivindicativos prefijados.

En esta dirección y mientras el impulso para la creación de comités unitarios independentistas locales que generen por sí mismos dinámicas de calle brilla por su ausencia, la actual multiplicación de acuerdos interpartidarios y otras escenificaciones muestran, por el contrario, un guión en el que la centralidad se reserva en exclusiva para los aparatos políticos y en el que el temor de estos a la autonomización política del futuro movimiento niega a la base militante o simpatizante cualquier espacio de protagonismo que no sea el de un frío acompañamiento del esquema partidista prefijado.

Sin embargo, y como nos muestra la historia, el vigor imprescindible para la consecución de los logros revolucionarios e independentistas sólo llega a emerger desde la movilización popular y esta únicamente nace cuando se crean dinámicas reivindicativas que posibilitan el surgimiento de un movimiento social capaz asimismo de generar, como en 1975, sus propias preferencias y ritmos políticos.

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